El taxi negro frente al mismo hotel
donde se alojan chicas de papel
con trenzas de arena.
El hombre-piano toca para los turistas grises,
el hielo de las copas se ha quedado en agua sin sabor,
y al ritmo de los camareros recogiendo sillas
voy besando unas palabras a mi habitación.
La ayuda que te ofrece el mini-bar,
si estás dispuesto a dejarte llevar,
es importante,
y aunque sólo garantiza dolor de cabeza
si asegura que las lágrimas no te van a explicar
que los poetas viajan por los misterios del alma
más allá de los caminos por los que sueles andar.
Y se acuestan con tu soledad
te guste o no te guste
y has gritado arañando su espalda
pidiéndoles más,
que hay momentos que por más que quieras
no se dan la vuelta
y parece que sólo ellos saben lo que va a pasar.
Por la mañana, al intentar despertar,
los restos del naufragio
te hablarán de la tormenta.
Y acercándote hasta la ventana,
con el mar ya en calma,
forzarás una sonrisa sólo para comenzar.
Y el libro de poemas boca abajo en la moqueta
se quedará tranquilo sólo para recordar.